agosto 18, 2008

El camino al césped: literatura y casa abierta 2008

Todo comenzó el martes 15 de Julio. Los estudiantes, con sus libros en mano, algo despeinados y ojos atentos estaban sentados en el césped de la facultad de Filosofía, dispuestos a trabajar las próximas semanas para lograr el cometido: que literatura tenga un lugar fijo en la casa abierta 2008, y todos los años por venir. Ese, fue el día uno.


La reunión del césped se reanudó ese mismo jueves, en un aula del segundo piso. En parcial oscuridad y con dedos congelados los estudiantes del tercer ciclo esperaron a los de quinto. Cuando llegaron se dieron cuenta que todos, sumaban trece. Trece estudiantes para ocho horas de trabajo exhaustivo. Se buscaba atraer más gente a la carrera, que Guayaquil supiera que en la Católica se estudia literatura, que hay un lugar para aquellos que tengan palabras en su sangre. Luego, llegaron las autoridades. Cecilia Loor, la decana, los incitó a crear cosas nuevas, saber que contaban con el apoyo de la facultad y que este año sería el debut de la carrera como carrera en sí y no un anexo de comunicación social.


Cuando los estudiantes preguntaron por el lugar que ocuparían, comenzaron los problemas. La facultad en sí tiene un área verde, que está ocupada por Pedagogía, el descanso de la escalera principal pertenece a la estación de radio, las clases del primer piso (de fácil acceso) son de psicología y el S.U.M (Salón de Usos Múltiples) pertenece a comunicación social, ahí va el set de televisión. No hay más aulas en el primer piso, y pensar en hacer subir a estudiantes de colegio a un segundo piso es absurdo. Entonces, ¿dónde estarán? En la esquina izquierda, subiendo por la escalera que todos olvidan, más cerca de la facultad de economía que de la de filosofía. Era un lugar olvidado, lejos del ajetreo y el flujo de estudiantes normal, era el camino por Zapotal en vez de la ruta principal a Salinas. Era eso o nada. Los estudiantes aceptaron, apuntaron a una encargada de coordinar el evento y comenzaron a pensar, ya no sólo en como entretener y hacer participar a los visitantes, sino también como atraerlos hasta tan lejano lugar, como pescarlos y secuestrarlos.


De las varias ideas, quedaron cuatro fijas: una obra de teatro que escribirían ellos mismos, una obra de títeres que sacaron de un baúl de proyectos de ciclos anteriores, el concurso de adaptación de poemas al ritmo de la música o rapearlos, y el concurso de llenar los diálogos de mangas y comics. Ahora, tenían un plan. Faltaban 20 días.


Los comics, la obra, los títeres y la música pasaron a segundo plano las próximas semanas; las clases, proyectos, lecciones las ahogaron en el subconsciente de los estudiantes. Las insistencias de la directora de carrera se volvieron motivo para esconderse de ella. Si, tenían algo hecho, faltaba pulirlo nomás. El proceso de pulir comenzó el sábado 2 de Agosto. Los dramaturgos admitieron tener el primero y segundo acto listo, pero nada del tercero. Los músicos no se preocupaban, ellos sabían hacer lo suyo. Los titiriteros no tenían ni escenario ni títeres y los comics seguían siendo editados en la computadora.


Faltaban 6 días, faltaban 5, 4, 3, 2. El jueves 7 los estudiantes se movían frenéticamente por la ciudad, comprando cartulina, pinceles, narices falsas y lentes. Los actores hacían la obra, cuyo final estaba todavía en duda; las mujeres escribían carteles y hacían títeres. Los celulares se quedaban sin minutos por confirmar que los parlantes, el escenario y los ayudantes de ese día estuvieran listos. Los horarios nunca se hicieron: todos estarían ahí todo el día, pues eran trece y nadie podía faltar.


La casa abierta empezó a las siete de la mañana para ellos. Llegaron, terminaron de armar el set, y pasaron hasta las tres y media de la tarde en su rincón literario, atrayendo gente, gritando por los lugares principales que vayan a verlos, aceptando risas y poemas recitados, dando lo que tenían que dar y alegres de escuchar los aplausos. A las cuatro, los pasaron al área principal, donde entretuvieron con poemas a los que pasaban, e hicieron la función de títeres una vez más. Regresaron al rincón para montar la obra, esta vez en su público se incluirían a las autoridades. Improvisando, seguros, cubrieron pequeñas fallas e impresionaron. La decana pidió que se hiciera de nuevo la obra otro día. Abusaron de los músicos una vez más, quienes cerraron la casa abierta con el sonido del bajo, la guitarra y la batería, junto al rapeo de los últimos espectadores, en el césped, en el área principal.


Por: Elsa Cortés

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