Como de costumbre, y honrando nuestra tradición de salir a comer todos los martes después de clases, mi compañera y yo buscábamos un nuevo destino. Ya que nada se nos ocurrió, tuvimos la brillante idea de comer pizza; después de todo era “martes loco”, cualquier cosa por ahorrar unos centavitos.
A nosotras se unió un gran número de compañeros. Salimos en dos carros y quedamos en encontrarnos en Master Pizza. Al llegar allá nos dimos cuenta de que tendríamos que esperar demasiado tiempo para poder saciar nuestra hambre. Luego de esto caminamos hasta Pizza Hut y fue la misma historia. Un tanto cansados, con hambre y resignados, alguien sugirió ir a Little Caesars.
Por suerte en este caso el tiempo no fue nuestro problema, sino más bien que éramos alrededor de 13 personas. El lugar era muy pequeño, estaba lleno y no teníamos en donde comer. Dejando de lado este inconveniente, y guiándonos por lo que nuestros estómagos pedían, nos sentamos en la vereda a esperar nuestra orden.
En una calle un tanto oscura, donde se podían ver fundas de basura apiladas a un lado, nos logramos acomodar en un par de escalones frente al local. No pasó mucho tiempo hasta que llegaron a nuestra “mesa especial” las tan ansiadas pizzas de jamón y pepperoni. Abrimos las cajas y al ataque.
Recién saliditas del horno, se podía ver el vapor que las pizzas botaban, así como el queso derretido que, al coger un pedazo, se quedaba la mitad en la caja. Nada de esto importaba, solo queríamos comer. Todos metían mano en las cajas, que poco a poco se iban quedando vacías. No fue tan malo como suena, porque cualquiera que nos hubiera visto (un montón de gente con cuatro cajas de pizza, dos botellas de cola y gritando de un extremo al otro para que pasen servilletas) habría pensado que era una escena no muy común.
Creo que hablo por todos los que fueron (y si me equivoco siéntanse libres de corregirme) al decir que fue una experiencia única. No se si fue el hambre o si realmente la comida estuvo tan buena, pero lo que sí es cierto es que pasamos un buen rato. Si lo vemos por ese lado, comer pizza en una vereda con tus compañeros no suena tan mal, ¿verdad?
A nosotras se unió un gran número de compañeros. Salimos en dos carros y quedamos en encontrarnos en Master Pizza. Al llegar allá nos dimos cuenta de que tendríamos que esperar demasiado tiempo para poder saciar nuestra hambre. Luego de esto caminamos hasta Pizza Hut y fue la misma historia. Un tanto cansados, con hambre y resignados, alguien sugirió ir a Little Caesars.
Por suerte en este caso el tiempo no fue nuestro problema, sino más bien que éramos alrededor de 13 personas. El lugar era muy pequeño, estaba lleno y no teníamos en donde comer. Dejando de lado este inconveniente, y guiándonos por lo que nuestros estómagos pedían, nos sentamos en la vereda a esperar nuestra orden.
En una calle un tanto oscura, donde se podían ver fundas de basura apiladas a un lado, nos logramos acomodar en un par de escalones frente al local. No pasó mucho tiempo hasta que llegaron a nuestra “mesa especial” las tan ansiadas pizzas de jamón y pepperoni. Abrimos las cajas y al ataque.
Recién saliditas del horno, se podía ver el vapor que las pizzas botaban, así como el queso derretido que, al coger un pedazo, se quedaba la mitad en la caja. Nada de esto importaba, solo queríamos comer. Todos metían mano en las cajas, que poco a poco se iban quedando vacías. No fue tan malo como suena, porque cualquiera que nos hubiera visto (un montón de gente con cuatro cajas de pizza, dos botellas de cola y gritando de un extremo al otro para que pasen servilletas) habría pensado que era una escena no muy común.
Creo que hablo por todos los que fueron (y si me equivoco siéntanse libres de corregirme) al decir que fue una experiencia única. No se si fue el hambre o si realmente la comida estuvo tan buena, pero lo que sí es cierto es que pasamos un buen rato. Si lo vemos por ese lado, comer pizza en una vereda con tus compañeros no suena tan mal, ¿verdad?
Por: Carol Arosemena
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