Tras varias investigaciones antropológicas, tras intentos fallidos de comunicación ancestral y visitas frustrantes a los museos, dimos con un documento que explica una de nuestras más preciadas tradiciones: la de quemar el viejo.
Era 31 de diciembre de 1899, Cristian Armijo había organizado una reunión de fin de año a la que invitó a todos sus amigos. La cena consistía en un pollo duro y flaco que se había quemado en el horno, y un asqueroso relleno que no era más que una pasta viscosa y fétida. Sin embargo, el éxito de la velada se lograría, según sus expectativas, con las seis botellas de licor de caña que había conseguido a muy buen precio.
El reloj marcaba las nueve y aún no había llegado nadie. Ya de por sí, estas fechas lo deprimen y la sola idea de que sus invitados no vendrían empezó a impacientarle. De pronto alguien tocó la puerta. ¡Llegaron!, pensó con alivio y se acercó a la ventana para ver de quien se trataba. Un afro inconfundible del otro lado de la puerta se movía dando signos de impaciencia. Sin duda, era Javier Maruri
-¡Pasa, pasa…! ¡Bienvenido!
-Gracias, ¿y los demás, aun no han llegado?
-Todavía no, eres el primero en llegar.
- Parece mentira que el tiempo pase tan rápido, ya estamos en las puertas de un nuevo siglo.
-Ni siquiera lo menciones, cada vez estamos más viejos
-¡Viejos!, ¿cómo puedes sentirte viejo a los veintitantos? Yo me siento más joven que nunca, ¿será por que me conservo con alcohol? Jaja…
-Hablando de eso, tengo un trago buenísimo, toma asiento que voy por él, recuerda que estás en tu casa.
Así, los amigos continuaron charlando y bebiendo durante casi una hora. Entonces, se escucharon dos golpes casi imperceptibles en la puerta.
-Parece que llegó alguien- dijo Javier
-Debe ser alguna de las chicas, por que Luís Miguel dijo que no vendría y Ramón sigue desaparecido- replicó Cristian mientras se dirigía hacia la puerta.
Fue grande su sorpresa cuando vio que, quien había llegado, era Clark. De inmediato abrió la puerta y lo invitó a sentarse junto a ellos. Le ofreció una copa, pero Clark se negó moviendo la cabeza de un lado a otro. Esto no es nada raro, pues todo el mundo sabe que no toma y que tampoco habla mucho, así que no le dieron importancia y siguieron justo donde se habían quedado.
A los pocos minutos llegó Carol. Llevaba un vestido largo, muy elegante, que le cubría hasta los tobillos; y unos guantes blancos de tela fina que impedían que los mortales vieran sus delicadas manos. Su belleza, inquietante, radiaba más que nunca; su rostro denotaba esa dulzura que contrastaba con la severidad de su alma que parecía estar siempre acariciando una cruel fantasía.
Pronto tomó control de la situación. Ordenó a los tres hombres que se sentaran en torno a la mesa y sacó un mazo de cartas.
-Voy a ir destapando una a una las cartas y, por turnos, cada uno tratará de adivinar si la carta que viene es mayor o menor. El que se equivoca tendrá que tomar un trago- propuso.
Todos aceptaron sin ninguna objeción, incluso el buen Clark que hasta entonces no había pronunciado ni una palabra. Empezaron a jugar y de a poco, entre gritos, bromas e intensas carcajadas; se fueron acabando las botellas de puro de caña bajo un manto espeso de humo de cigarro y el olor del pollo carbonizado que envolvía el ambiente.
Tiempo después estaban totalmente borrachos, todos menos Clark que inexplicablemente había salido airoso cada vez que tuvo que adivinar. Probablemente porque, a diferencia del resto que dejaba todo en manos del azar, él se tomaba la molestia de meditar su decisión y después, con el dedo pulgar hacia arriba o hacia abajo, daba su respuesta sin siquiera separar sus labios.
Javier, pese a haber vomitado sobre sus zapatos, se apoderó de la última botella y en vista de que no tenía intenciones de compartirla con nadie, se dio por terminado el juego.
Cristian tomó el protagonismo en la velada y empezó a dar lata con extensos parlamentos sobre su edad y las añoranzas de sus buenos tiempos. Eran tan lamentables los argumentos sobre aquella vejez inexistente, que todos empezaron a pensar que pronto acabaría convertido en un anciano. –No estás viejo- repetía Javier al tiempo que soltaba un eructo amargo, con el sabor mezclado de la caña y el relleno. Clark, en cambio, lo observaba con una mirada firme, mientras se acariciaba la barbilla con los dedos sin mostrar ni el más ligero síntoma de inquietud. Entonces, Carol; harta de tanta palabrería, exhortó a Cristian para que se callara y propuso un nuevo juego. Nuevamente los dóciles hombres sucumbieron ante su liderazgo y escucharon las nuevas reglas con atención. En sus ojos se podía notar que aquello que tenía en mente llevaba implícita una perversidad.
- Voy a repartir un grupo de cartas entre dos personas- dijo - Ustedes deberán deshacerse de las cartas que tengan pares, pero hay una que no tiene pareja. El que se quede con esa carta recibirá un castigo del otro. Pero ojo- continuó - no puede ser cualquier penitencia, debe ser algo que involucre algún sufrimiento, algo descabellado que logre que el otro se arrepienta de ser como es-
Se miraron unos a otros, sin saber que responder ante semejante proposición. -¿Y si alguien no quiere cumplir con su penitencia?- preguntó Javier. –Entonces todos lo obligamos, tendrá que hacerlo por las buenas o por las malas- sentenció Cristian. Clark asintió con la cabeza y juntos hicieron la promesa de hacer cumplir los crueles castigos sea como sea.
Empezaron Carol y Javier, resultando como perdedora la misma que dictó las reglas.
-¡Me parece justo!- dijo él y luego de pensar unos momentos dio su sentencia. –Tu, que eres tan pudorosa y proteges siempre tu cuerpo de la mirada de los hombres cubriéndote hasta el cuello; deberás ahora despojarte de toda tu ropa y tirarla por la ventana hacia la calle- Cristian festejó la decisión y chocaron sus manos con complicidad. Mientras ella, miraba a su verdugo con rabia, pero, sabiendo que de nada serviría negarse, empezó a desvestirse lentamente hasta quedar completamente desnuda. Luego, se acercó hasta la ventana y aventó sus elegantes atavíos hacia la calle.
Después se sentó en su silla y repartió las cartas a los dos amigotes que aún estaban excitados por su primer triunfo. –Ahora tendrán que enfrentarse entre ustedes- les dijo. Y así fue, siendo esta vez el perdedor Javier. Entonces Cristian dijo: -Tú que te crees muy macho y luces ostentosamente tu cabello como signo de tu virilidad. Tendrás que rasurarte hasta el último pelo; incluyendo las cejas y las piernas. Carol soltó una carcajada siniestra. Tras un intento frustrado de fuga, lo tomaron entre todos, y con una navaja de barbero lo trasquilaron como a una oveja dejándolo irreconocible.
Llegó el turno de Cristian y Clark. Se repartieron las cartas y fue el anfitrión quien se quedó con una. Entonces todos miraron a Clark, pero éste, no había abierto la boca en toda la noche. Parecía no entender lo que pasaba. Carol y Javier le pedían que se pronuncie. -¡Vamos, tienes que decir algo!- -¡dilo!, ¡dilo!- Después de un prolongado y angustioso silencio, Clark articuló sus primeras palabras de la noche:
- Quememos al viejo-
Todos se miraron con espanto. Cristian estaba incrédulo, pensando que esto había ido demasiado lejos. Pero la promesa estaba hecha. Javier y Clark lo tomaron por la fuerza, mientras Carol fue en busca de algún combustible. Lo arrastraron hasta la calle donde lo bañaron con gasolina. Él mientras tanto gritaba desconsolado -¡Están locos! ¡No pueden hacerme esto! ¡Deténganse! ¡Por favor! ¡Que alguien me ayude! Entonces le prendieron fuego y lo dejaron arder sobre el asfalto. En ese momento, dieron las doce de la noche y el cielo se encendió de luces artificiales. La gente del barrio que había salido a la calle, alarmada por los gritos, se abrazó alrededor del cuerpo ya inmóvil de Cristian Armijo. ¡Feliz año! ¡Feliz año!
El nuevo siglo llegó lleno de esperanzas y premoniciones positivas. 1900 fue un buen año para todos en el Ecuador. Muchos atribuyeron esa suerte al viejo que quemaron aquellos jóvenes. Así que antes de la llegada de 1901, la gente había construido muñecos con aserrín y madera, y antes de la media noche, sacaron los monigotes a la calle y los quemaron dando inicio a una tradición que siguió año tras año hasta nuestros días.
Era 31 de diciembre de 1899, Cristian Armijo había organizado una reunión de fin de año a la que invitó a todos sus amigos. La cena consistía en un pollo duro y flaco que se había quemado en el horno, y un asqueroso relleno que no era más que una pasta viscosa y fétida. Sin embargo, el éxito de la velada se lograría, según sus expectativas, con las seis botellas de licor de caña que había conseguido a muy buen precio.
El reloj marcaba las nueve y aún no había llegado nadie. Ya de por sí, estas fechas lo deprimen y la sola idea de que sus invitados no vendrían empezó a impacientarle. De pronto alguien tocó la puerta. ¡Llegaron!, pensó con alivio y se acercó a la ventana para ver de quien se trataba. Un afro inconfundible del otro lado de la puerta se movía dando signos de impaciencia. Sin duda, era Javier Maruri
-¡Pasa, pasa…! ¡Bienvenido!
-Gracias, ¿y los demás, aun no han llegado?
-Todavía no, eres el primero en llegar.
- Parece mentira que el tiempo pase tan rápido, ya estamos en las puertas de un nuevo siglo.
-Ni siquiera lo menciones, cada vez estamos más viejos
-¡Viejos!, ¿cómo puedes sentirte viejo a los veintitantos? Yo me siento más joven que nunca, ¿será por que me conservo con alcohol? Jaja…
-Hablando de eso, tengo un trago buenísimo, toma asiento que voy por él, recuerda que estás en tu casa.
Así, los amigos continuaron charlando y bebiendo durante casi una hora. Entonces, se escucharon dos golpes casi imperceptibles en la puerta.
-Parece que llegó alguien- dijo Javier
-Debe ser alguna de las chicas, por que Luís Miguel dijo que no vendría y Ramón sigue desaparecido- replicó Cristian mientras se dirigía hacia la puerta.
Fue grande su sorpresa cuando vio que, quien había llegado, era Clark. De inmediato abrió la puerta y lo invitó a sentarse junto a ellos. Le ofreció una copa, pero Clark se negó moviendo la cabeza de un lado a otro. Esto no es nada raro, pues todo el mundo sabe que no toma y que tampoco habla mucho, así que no le dieron importancia y siguieron justo donde se habían quedado.
A los pocos minutos llegó Carol. Llevaba un vestido largo, muy elegante, que le cubría hasta los tobillos; y unos guantes blancos de tela fina que impedían que los mortales vieran sus delicadas manos. Su belleza, inquietante, radiaba más que nunca; su rostro denotaba esa dulzura que contrastaba con la severidad de su alma que parecía estar siempre acariciando una cruel fantasía.
Pronto tomó control de la situación. Ordenó a los tres hombres que se sentaran en torno a la mesa y sacó un mazo de cartas.
-Voy a ir destapando una a una las cartas y, por turnos, cada uno tratará de adivinar si la carta que viene es mayor o menor. El que se equivoca tendrá que tomar un trago- propuso.
Todos aceptaron sin ninguna objeción, incluso el buen Clark que hasta entonces no había pronunciado ni una palabra. Empezaron a jugar y de a poco, entre gritos, bromas e intensas carcajadas; se fueron acabando las botellas de puro de caña bajo un manto espeso de humo de cigarro y el olor del pollo carbonizado que envolvía el ambiente.
Tiempo después estaban totalmente borrachos, todos menos Clark que inexplicablemente había salido airoso cada vez que tuvo que adivinar. Probablemente porque, a diferencia del resto que dejaba todo en manos del azar, él se tomaba la molestia de meditar su decisión y después, con el dedo pulgar hacia arriba o hacia abajo, daba su respuesta sin siquiera separar sus labios.
Javier, pese a haber vomitado sobre sus zapatos, se apoderó de la última botella y en vista de que no tenía intenciones de compartirla con nadie, se dio por terminado el juego.
Cristian tomó el protagonismo en la velada y empezó a dar lata con extensos parlamentos sobre su edad y las añoranzas de sus buenos tiempos. Eran tan lamentables los argumentos sobre aquella vejez inexistente, que todos empezaron a pensar que pronto acabaría convertido en un anciano. –No estás viejo- repetía Javier al tiempo que soltaba un eructo amargo, con el sabor mezclado de la caña y el relleno. Clark, en cambio, lo observaba con una mirada firme, mientras se acariciaba la barbilla con los dedos sin mostrar ni el más ligero síntoma de inquietud. Entonces, Carol; harta de tanta palabrería, exhortó a Cristian para que se callara y propuso un nuevo juego. Nuevamente los dóciles hombres sucumbieron ante su liderazgo y escucharon las nuevas reglas con atención. En sus ojos se podía notar que aquello que tenía en mente llevaba implícita una perversidad.
- Voy a repartir un grupo de cartas entre dos personas- dijo - Ustedes deberán deshacerse de las cartas que tengan pares, pero hay una que no tiene pareja. El que se quede con esa carta recibirá un castigo del otro. Pero ojo- continuó - no puede ser cualquier penitencia, debe ser algo que involucre algún sufrimiento, algo descabellado que logre que el otro se arrepienta de ser como es-
Se miraron unos a otros, sin saber que responder ante semejante proposición. -¿Y si alguien no quiere cumplir con su penitencia?- preguntó Javier. –Entonces todos lo obligamos, tendrá que hacerlo por las buenas o por las malas- sentenció Cristian. Clark asintió con la cabeza y juntos hicieron la promesa de hacer cumplir los crueles castigos sea como sea.
Empezaron Carol y Javier, resultando como perdedora la misma que dictó las reglas.
-¡Me parece justo!- dijo él y luego de pensar unos momentos dio su sentencia. –Tu, que eres tan pudorosa y proteges siempre tu cuerpo de la mirada de los hombres cubriéndote hasta el cuello; deberás ahora despojarte de toda tu ropa y tirarla por la ventana hacia la calle- Cristian festejó la decisión y chocaron sus manos con complicidad. Mientras ella, miraba a su verdugo con rabia, pero, sabiendo que de nada serviría negarse, empezó a desvestirse lentamente hasta quedar completamente desnuda. Luego, se acercó hasta la ventana y aventó sus elegantes atavíos hacia la calle.
Después se sentó en su silla y repartió las cartas a los dos amigotes que aún estaban excitados por su primer triunfo. –Ahora tendrán que enfrentarse entre ustedes- les dijo. Y así fue, siendo esta vez el perdedor Javier. Entonces Cristian dijo: -Tú que te crees muy macho y luces ostentosamente tu cabello como signo de tu virilidad. Tendrás que rasurarte hasta el último pelo; incluyendo las cejas y las piernas. Carol soltó una carcajada siniestra. Tras un intento frustrado de fuga, lo tomaron entre todos, y con una navaja de barbero lo trasquilaron como a una oveja dejándolo irreconocible.
Llegó el turno de Cristian y Clark. Se repartieron las cartas y fue el anfitrión quien se quedó con una. Entonces todos miraron a Clark, pero éste, no había abierto la boca en toda la noche. Parecía no entender lo que pasaba. Carol y Javier le pedían que se pronuncie. -¡Vamos, tienes que decir algo!- -¡dilo!, ¡dilo!- Después de un prolongado y angustioso silencio, Clark articuló sus primeras palabras de la noche:
- Quememos al viejo-
Todos se miraron con espanto. Cristian estaba incrédulo, pensando que esto había ido demasiado lejos. Pero la promesa estaba hecha. Javier y Clark lo tomaron por la fuerza, mientras Carol fue en busca de algún combustible. Lo arrastraron hasta la calle donde lo bañaron con gasolina. Él mientras tanto gritaba desconsolado -¡Están locos! ¡No pueden hacerme esto! ¡Deténganse! ¡Por favor! ¡Que alguien me ayude! Entonces le prendieron fuego y lo dejaron arder sobre el asfalto. En ese momento, dieron las doce de la noche y el cielo se encendió de luces artificiales. La gente del barrio que había salido a la calle, alarmada por los gritos, se abrazó alrededor del cuerpo ya inmóvil de Cristian Armijo. ¡Feliz año! ¡Feliz año!
El nuevo siglo llegó lleno de esperanzas y premoniciones positivas. 1900 fue un buen año para todos en el Ecuador. Muchos atribuyeron esa suerte al viejo que quemaron aquellos jóvenes. Así que antes de la llegada de 1901, la gente había construido muñecos con aserrín y madera, y antes de la media noche, sacaron los monigotes a la calle y los quemaron dando inicio a una tradición que siguió año tras año hasta nuestros días.
por: Ramón Murillo
2 comentarios:
Más allá de la historia, es la descripción de los personajes lo que me ha dejado morado el ojo.
Es una lástima que no sean ilustres por todos conocidos. No dudo que sean ilustres, el sentido radica en el segundo adjetivo.
En todo caso, maese, está genial.
Saludos y feliz año nuevo.
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